jueves, 7 de mayo de 2015

Científicos locos: El hombre que trocó su mente

Acabo de ver la película El hombre que trocó su mente, dirigida por Robert Stevenson en 1936, con un gran reparto encabezado por Boris Karloff, Anna Lee, y John Loder.


El filme cuenta la historia de Claire, una joven neurocirujana que abandona su puesto en un Hospital de Londres para trabajar con un eminente científico, al que da vida Boris Karloff. El que fuera un gran neurólogo ahora es despreciado por la comunidad científica que considera sus investigaciones una tontería, un imposible, y esto, junto con la mala prensa en los periódicos, le lleva a perder la financiación que tenía para sus proyectos científicos, y a hundirse poco a poco en una locura muy destructiva.



Hace un experimento mediante el cual consigue intercambiar la mente de dos monos, y tras el éxito decide hacerlo con seres humanos. Él quería inicialmente que sus investigaciones fueran un bien para la humanidad, pero tras el desprecio de todos, decide que su trabajo vaya sólo en su propio beneficio. No es sólo un científico excéntrico que realiza trabajos sin ningún control ético sino que se ha vuelto totalmente loco, y recordemos que el científico loco es un personaje bastante frecuente en la historia del cine, como en El gabinete del doctor Caligari (1919), o Metrópolis (1927), dos títulos imprescindibles para cualquier cinéfilo.También se muestran sabios locos en filmes como Frankenstein (1931), El hombre invisible (1933), o La isla de las almas perdidas (1932).



En muchos de estos filmes se muestran científicos locos y soberbios a los que esa misma soberbia les castiga y acaban, en muchos casos, teniendo un final trágico. En algunas películas se arrepienten, como la que os estoy comentando hoy, en la que el Dr. Laurience acaba pidiendo perdón por el mal causado, por haberse creído Dios, dice que la mente es sagrada, y le pide a su ayudante que lo destruya todo para que no se cause más daño.


Estamos en 1936 y ya entonces se pensaba en si sería posible, de alguna forma, localizar la personalidad de un individuo, su mente, su conciencia, y cambiarla de un cuerpo a otro, logrando, de este modo la inmortalidad. Algo parecido se plantea en películas mucho más modernas que abordan aspectos como la inteligencia artificial, tal es el caso de Chappie, un filme sobre robótica e inteligencia artificial, en la que se crea un robot con capacidad de aprendizaje, con conciencia, y esto se consigue porque ha sido posible codificar la conciencia humana, y si esto es así ¿No sería posible trasladar esa conciencia codificada en un pen drive a otra persona o a un robot? El planteamiento, que podría parecer muy novedoso, y sustentado por sofisticada tecnología, ya se planteaba en El hombre que trocó su mente muchos años atrás, utilizando una tecnología muy obsoleta y cómo no, mostrando laboratorios misteriosos con probetas, matraces y alambiques...




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